Jesús es un anciano nada entrañable, avaro, cascarrabias, y preocupado únicamente en cómo hacer crecer sus inversiones bursátiles. La única familia de Jesús es un sobrino, hijo de su difunta hermana, que a pesar de las continuas negativas de Jesús, hace repetitivos esfuerzos por mantener los lazos familiares.
Esta Navidad, como cualquier otra, Jesús se encierra en casa, con sus periódicos económicos y su radio, única compañía, por la que se entera de la subida o bajada de sus acciones.
Jesús odia la Navidad, considera estas fechas como un tiempo perdido en el que le gente está ociosa y el país entero hace el vago. Una época en la que dejar de ganar beneficios porque el país está paralizado y entregado a cánticos navideños y dulces varios.
Un buen día recibe la visita del fantasma de su socio, Pepe, fallecido siete años atrás, quien le anuncia la llegada inminente de otros dos fantasmas. Pepe explica a Jesús que, por no haber intervenido en vida en distintas situaciones humanas, se ha visto condenado a vagar durante toda la eternidad. Le advierte de que, si no cambia, a él le puede ocurrir lo mismo.
El Fantasma del Pasado llega en Nochebuena, con las campanadas de medianoche, mostrándole a Jesús su infancia y hechos pasados. Jesús, emocionado, “ve” a todos los seres queridos de los que se alejó por rendir culto a su único amigo: el lucro.
Al amanecer siguiente llega el Fantasma del Futuro, que le muestra a Jesús en qué se convertirá su vida si no cambia, y el aterrador mundo que dejaríamos a las generaciones futuras si vence el egoísmo, la avaricia y la indiferencia.